¿Cómo elegir la mejor temperatura de color?
Dos luces blancas pueden ser completamente distintas. Seguro que lo ha notado cuando, tras reemplazar una bombilla fundida (algo cada vez menos frecuente gracias a la iluminación LED), ha percibido la habitación de modo diferente. Se debe a que ha colocado una bombilla, también blanca y de la misma potencia, pero con distinta temperatura de color.
Temperatura de color
La temperatura de color podría definirse como la sensación que percibe el ojo humano ante una luz, siendo cálida si predomina el color ámbar o fría si predomina el azul. Esta medición solo se aplica a la luz blanca y técnicamente se define como “la impresión de color a ciertas temperaturas de un radiador de cuerpo negro perfecto”, según la guía de la Federación de Asociaciones Europeas de Luminarias y Componentes para Luminarias.
El concepto es más simple de lo que parece. Piense en un hierro incandescente al que se le va aplicando cada vez más calor. Cuando su temperatura se sitúa a unos 1.000 K (grados kelvin) adquiere una tonalidad rojiza. Si la temperatura sube hasta situarse entre 2.000 y 3.000 K su color se vuelve amarillento. A 4.000 K su tono es blanco neutro y entre 5.000 y 7.000 K blanco frío. Sin embargo, cuando hablamos de luz, la “temperatura” es sólo una medida relativa: no tiene que ver con el calor físico sino con la sensación que produce en el ojo humano.